miércoles, 23 de diciembre de 2009

El deber de un ensueño...

... o el último Héroe
La multitud calló, como en respuesta a algo inesperado. Teñidos de ocre, banderas y estandartes dejaron de flamear, dejaron de acompañar el suave viento. Uno de los espectadores se paró en seco y, sin que nadie lo advirtiera, dio una orden. El centro de atención fue recogido, y al fin su exhausto cuerpo pudo descansar. Usar un arma no había hecho fácil la tarea. La misma se hallaba en el suelo, partida en dos y cubierta de una sustancia escarlata y pegajosa, casi como si hubiera acabado recientemente con una vida. Más allá había un cuerpo, cubierto de pelos. Dos personas fornidas lo recogieron y lo pelaron. Una forma presumiblemente humana se apareció en lugar de esa selva negra. Una forma que sólo dos hombres supieron a quién había pertenecido. Y el saberlo había sido un castigo para el matador, y un deber para con el pueblo en cuanto al ordenador. Pues el pueblo debía divertirse. Y el deber del César era entregar esa diversión en el circo. Y si era necesario que el último héroe mate a su único hijo, por el bien del pueblo, él se ocuparía de que eso pase.

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Toma una cervesa, fatigado guerrero, y suélta la lengua en nombre de Odín y las Musas, y habla acerca de la batalla descipta arriba.