lunes, 3 de octubre de 2011

Texto sin título - reflexión copada

Autor: desconocido.
Traductor: Jeremías.

Fue un accidente automovilístico. Nada particularmente fuera de lo común, sin embargo, fatal. Dejaste atrás una esposa y dos hijos. La muerte fue sin dolor. Los paramédicos hicieron su mejor esfuerzo a la hora de salvarte, pero sin éxito. Tu cuerpo estaba tan terriblemente deteriorado que estabas mejor así. Creeme.
Y ahí fue cuando me conociste.
—¿Qué… qué pasó? —me preguntaste —. ¿Dónde estoy?
—Falleciste —dije, directo al grano. No había necesidad de endulzar la cosa.
—Había un… un camión y el auto derrapó…
—Si —dije yo.
—¿Estoy… estoy muerto?
—Exacto. Pero no te sientas mal al respecto. Todos el mundo se muere tarde o temprano —respondí.
Miraste alrededor. Estábamos en la nada, sólo vos y yo.
—¿Qué es este lugar? — me preguntaste —. ¿Esto es el más allá?
—Más o menos.
—¿Eso te convierte en… Dios? — seguiste.
—Si —repliqué —. Soy Dios.
—Mis hijos… mi esposa —dijiste —. ¿Qué pasó con ellos? ¿Van a estar bien?
—Eso es lo que me gusta ver —te sonreí —. Acabás de morirte y tu principal preocupación es tu familia. Eso de recién es algo excelente.
Me miraste con fascinación. Para vos, yo no me veía como Dios. Me veía como un tipo cualquiera. Alguna vaga figura de autoridad, más un estilo de profesor de secundario severo que el todopoderoso.
—No te preocupes—te dije —. Van a estar bien. Tus hijos se van a acordar de vos como un padre genial en todos los aspectos. No tuvieron tiempo para desarrollar resentimiento contra vos. Tu esposa va a verse afligida y va a llorar tu muerte, pero en secreto va a estar aliviada. Si somos realistas, tu matrimonio se estaba cayendo a pedazos. Si te es de algún consuelo, va a sentirse muy culpable por ello.
—Ah… —parecías decepcionado —. ¿Y qué hacemos ahora? Voy al cielo, al infierno… ¿algo?
—No vas a ningún lado —te aclaré —. Vas a reencarnar.
—Así que los hindúes tenían razón —señalaste.
—Todas las religiones tienen razón a su manera. Caminemos un rato.
Me seguiste mientras empezamos a pasear por la nada.
—¿A dónde vamos?
—A ningún lugar en particular —respondí —. Sólo es agradable caminar mientras charlamos.
—Entonces… ¿cuál es el punto? —preguntaste algo incómodo —. Cuando vuelva a nacer, va a ser como empezar de nuevo de cero, ¿no? Un bebé. O sea que todas mis experiencias y mis recuerdos de esta vida ya no van a existir.
—¡Para nada! Tenés adentro tuyo todo el conocimiento y experiencias de tus vidas pasadas. Sólo que ahora no te acordás.
Paré de caminar y te agarré de los hombros.
—Tu alma es más magnífica, hermosa y enorme de lo que podrías llegar a imaginarte. La mente humana sólo puede contener una pequeña fracción de lo que sos. Es como meter tu dedo en un vaso de agua para ver si está fría o caliente. Sólo una pequeña parte de tu verdadero ser entra dentro del cuerpo, y cuando la sacás, ganaste todas las experiencias de esa vida.
Continué explicando: —Si permaneciéramos acá, empezarías a acordarte de todo. Pero no tiene sentido hacer eso entre cada vida.
—¿Cuántas veces reencarné entonces? —me preguntaste asombrado.
—Muchas. Un montón de hecho —dije —. Esta vez, cuando vuelvas, vas a ser un campesino chino en el 540 A.C.
—¡¿Eh?! ¿Me vas a mandar hacia atrás en el tiempo? —exclamaste.
—Bueno, podría decirse. El tiempo como lo conocés, sólo existe en tu universo. Las cosas son diferentes de donde vengo.
—¿De dónde venís? —repetiste.
—¡Claro! —comencé a explicar —. ¡Debo venir de algún lado! Y también hay otros como yo. Me imagino que querrás saber cómo es allá, pero realmente, no lo entenderías.
—Oh… —murmuraste algo decepcionado —. Pero pará. Si reencarno en otras épocas, ¿podría haber interactuado conmigo mismo en algún momento?
—Por supuesto. Pasa todo el tiempo. Y las dos vidas continúan su existencia sin saber que ocurrió.
—¿Y por qué ocurre de esta manera?
—¿De verdad? —te pregunté —¿En serio vas a preguntarme el sentido de la vida? ¿No te parece un poco estereotipado?
—Bueno… es una pregunta razonable —insististe.
Te miré directo a los ojos.
—El sentido de la vida, la razón por la que hice este entero universo es para que madures.
—¿Te referís a toda la humanidad?
—No, sólo a vos. Hice este universo para vos. Con cada nueva vida crecés y madurás, y te convertís en una criatura más grande y con mayor comprensión.
—¿Sólo yo? ¿Y el resto de la gente?
—No hay nadie más —te dije —. En este universo estamos sólo vos y yo.
Me miraste sin entender.
—Pero toda la gente del mundo…
—Sólo vos. Todas reencarnaciones de vos.
—Pará. ¡¿Soy cada persona que vivió en el mundo?!
—Exacto. Vas comprendiendo —dije, mientras apoyaba la mano en tu espalda.
—Soy cada humano que existió.
—Y cada humano que va a existir —añadí.
—¿Soy John Lennon?
—Y también sos David Chapman —respondí.
—¿Soy Hitler?
—Y los millones que mató.
—¿Soy Jesús?
—Y sos todos los que lo siguieron.
Hiciste silencio, mirando al vacío.
—Cada vez que heriste a alguien, te heriste a vos mismo. Cada acto de amabilidad o cariño que hiciste, te lo hiciste a vos mismo. Cada momento feliz o triste experimentado alguna vez por cualquier humano, fue experimentado por vos.
—¿Por qué? —me preguntaste con cierta indignación —. ¿Por qué hacer todo esto?
—Porque en algún momento vas a ser como yo. Porque eso es lo que sos. Uno de mi especie. Sos mi hijo.
—¿Estás tratando de decirme que soy Dios? —preguntaste incrédulo.
—No. Todavía no. Sos un feto. Estás creciendo. Una vez que vivas todas las vidas de cada ser humano a través del tiempo, vas a haber crecido lo suficiente para nacer.
—Así que el universo… —empezaste.
—Es un útero —completé tu frase —. Ahora es tiempo de que continúes con tu siguiente vida.