viernes, 25 de noviembre de 2011

Del miedo Artificial a perder el tiempo

“Realidad” es un concepto que no será tratado aquí. “Real” tampoco.
Aquí se tratarán los conceptos de Natural y Artificial. Empecemos por el segundo:
Es Artificial todo lo que ha pasado por la humanidad.
Es decir, todo lo percibido, todo lo moldeado, todo lo pensado, todo lo creado, todo lo que se pueda conceptualizar. Todos los conceptos.
Lo Natural es aquello que no es Artificial.
Por lo tanto, lo Natural es inconceptualizable, y a la vez no lo es, porque si lo clasifico de inconceptualizable estoy, justamente, clasificándolo, conceptualizándolo. De hecho, el mero hecho de llamarlo “Natural” está mal, pues le estoy dando un nombre, le estoy dando un concepto.
Sí, así como se deduce, lo Natural no se puede conocer ni pensar ni moldear ni nada. No se puede hacer nada con lo natural. Es absolutamente opuesto a la humanidad, pero sin ser opuesto, porque si fuera opuesto, sería algo, sería un concepto.
Lo Natural es aquello que no es humano.
Y así puedo dar muchas definiciones de Natural.
Pero hay algo que debo admitir: lo Natural tiene una denominación Artificial en tanto lo concibo como tal, es decir, en tanto es lo Natural y no lo natural. Es decir, Artificializo lo Natural al llamarlo de esa manera, al definirlo como lo hice, y al tratar de explicarlo. Y eso no está mal. Porque yo sólo puedo Artificializar lo Natural.
Lo voy a decir con otras palabras, que no son correctas, pero sirven mejor: lo natural es el árbol, ese tronco que está ahí y crece y blablablá. En tanto yo lo veo, lo estoy percibiendo, en tanto lo toco, lo estoy percibiendo, y percibir no es más que interpretar un estímulo, por lo tanto, lo estoy haciendo Artificial. El árbol en sí no deja de ser natural, pero al percibirlo, al llamarlo Árbol, le estoy agregando una dimensión más, la dimensión Artificial.
Es decir, lo Natural existe, coexiste, con lo Artificial.
Yo no sé si hay algo que modifique mi percepción. Tal vez el estímulo se vio interrumpido, tal vez malinterpreté dicho estímulo, tal vez el estímulo que me llegó no es el mismo que fue originado desde lo natural. Ni siquiera puedo saber si algo está en el medio, porque al pensarlo, ya estoy Artificializando el proceso.
De hecho, no puedo saber si lo Natural existe en primera instancia. Perdón, ¿existir? ¿Qué es eso, sino un Artificio? Sí, sí, lo sé, estoy dudando de todo, como Descartes.
Pero, de hecho, hasta estoy dudando de que esté dudando. Es decir, el dudar es de por sí un Artificio, no sé si “existe”, no sé si el dudar es “Natural”. Sólo sé que es Artificial. Que es humano.
Ahí está el quid de la cuestión. ¿Qué demonios importa si algo “existe” o no? ¿Qué demonios importa si esto es un sueño o la realidad? En palabras de un sabio albino ficcional, “la experiencia es la misma”.
Si es un sueño, si es ilusión… yo nunca me voy a enterar. ¿Por qué? Porque cuando “despierte” tampoco voy a saber si “desperté” a un sueño o a una realidad. Por tanto, si es sueño, ilusión, o realidad, da lo mismo: la experiencia es la misma.
Por tanto, no tengo excusas. Voy a aprovechar todo lo Artificial, incluída la experiencia, para actuar. Sí, actuar. Eso que, hoy en día, todos tememos. Todos tenemos “paja”, “fiaca”, vagancia. Todos tememos actuar. ¿Para qué? Pero también, es esta “fiaca” (a partir de ahora utilizaré este Artificio) la que nos impulsa u obliga a hacer otras cosas que garanticen la preservación de la energía y/o del tiempo (porque “fiaca” es “miedo de perder energía y/o tiempo”). Y estas otras cosas a veces requieren más energía y/o tiempo para ser llevadas a cabo, paradójicamente. Al fin y al cabo, una pérdida de energía y/o tiempo. El temor sólo nos hace perder energía y/o tiempo.
Vamos a moldear un poco esto… vamos a hacerlo un poco más artificial. El temor, la fiaca, nos hace perder energía cuando no aceptamos que toda energía se pierde (no hablo más de tiempo porque espero que mis lectores lo sobreentiendan, me da “fiaca” escribir ambas palabras). Al contrario que con la física y la química. Pero se pierde en tanto no la puedo volver a utilizar. Es como en Momo[1], la genial novela de Michael Ende. En ella, unos hombres grises y pequeños que están vestidos de gris y fuman cigarros grises. Dichos hombrecitos grises hablan del tiempo como si fuera dinero.
No hay que malgastar el tiempo: ¡usted tiene una reserva de mil millones de millones [et cétera] de segundos hasta el momento de su muerte! Debe ahorrar. Deje de hablar con los clientes de cómo les fue en el día. Si así procede, entonces se ahorrará –calculadora de por medio- unos quinientos millones de millones [ídem] de segundos. ¿No le parece que está perdiendo el tiempo?
, podría decirnos uno de estos amargos hombrecitos.
Así, dejamos de jugar con nuestros hijos, y les damos juguetes para que jueguen solos; así, en vez de sentarnos a la mesa y disfrutar de una agradable cena con el resto de la familia, y la acostumbrada sobremesa, nos vamos a comer a un restaurante de comida rápida. Oh, claro, pero al final, nunca nos alcanza el tiempo. El tiempo es dinero, y nunca hay suficiente dinero: por lo tanto, nunca hay suficiente tiempo. ¿Por qué? Si se supone que estoy ahorrando…
Ah, cierto, si el tiempo es dinero, entonces debe haber un banco de tiempo. El bando de los hombrecitos grises. De hecho, luego de lo que nos podrían haber dicho antes, nos pedirían que abriéramos una cuenta en su banco.
El tiempo ahorrado va a parar allí. Una hora es una flor (bonita metáfora, por cierto): es bella, y única a la vez que igual a todas las demás. Sirven para muchas cosas: cada sentimiento o recuerdo que puede llegar a generar una flor es una forma de pasar esa hora. Así, el banco es un banco de flores horarias. Éstas deben conservarse en frío (el tiempo ha de estar congelado), porque cuando dejan de estar congeladas, se marchitan y deshojan. Con una hoja de una flor horaria, los hombrecitos grises se hacen sus cigarros, que les permiten existir. Cuando dejan de fumar, es esfuman en la nada (valla juego de palabras).
Oh, perdonen, me olvidé de aclarar algo: los humanos tenemos tiempo porque el Padre Tiempo nos da flores horarias, que crecen en su jardín. El puede cortar el flujo, y el tiempo de los hombres se esfumaría. Entonces, lo hombres grises habrán de consumir hasta la última flor de su banco, y luego morir. Pero, ¿quién, entonces, regresaría el tiempo a la humanidad? El Padre Tiempo también se quedaría sin tiempo, por lo tanto, no podría hacerlo fluir el tiempo de nuevo, porque él mismo no tiene tiempo. Por eso el Padre Tiempo ha de entregar una flor horaria, es decir, una mísera hora, a una persona capaz de, en ese tiempo, abrir la bóveda del banco de los hombres grises. Porque la bóveda sirve para congelar el tiempo, es decir, las flores horarias. Si se descongelan, irán a donde debieron ir en un principio: a la humanidad. Así que esta persona debería evitar ser capturada por los hombrecitos y abrir la bóveda, que sólo puede abrirse si se la toca con una flor horaria, ya que si el tiempo no corre, el movimiento no es posible. Los hombres grises no podrán cerrarla porque su tiempo (sus cigarros) está corrupto.
Una gran metáfora para dar a entender hasta qué punto el humano teme perder el tiempo.
Como decía, esa energía y ese tiempo no los puedo volver a utilizar, porque se transformaron en otra cosa. Si quiero que no se transformen, debo depositarlas en el banco. Y así, sólo logro no poder acceder a ellos, y que otros los consuman en mi lugar. Sí, efectivamente, pierdo tiempo y energía, al querer resguardarlos, al querer acumularlos, al querer no perderlos.
Por lo tanto, el miedo a perder energía y/o tiempo, es decir, la fiaca, es lo que corrompe al ser humano. Que la humanidad quiera perder este “miedo” es mi mayor propósito. Y perder ésta fiaca es también aceptar que no existe más que lo que creo que existe, ni menos. Así es: la realidad es subjetiva, y mucho. La parte que todos consensuamos que existe es lo que podríamos llamar “realidad consensuada”. Eso es lo que estudia la ciencia: ese “paradigma” común. Eso es lo “normal”. Nada más ni nada menos. Es lo Artificial por excelencia.
Y… ¿lo Natural? Habíamos quedado en que no podemos comprenderlo, porque si hiciéramos eso, estaríamos artificializándolo. Nosotros somos Naturales de por sí, y también Artificiales en tanto nos consideramos Naturales, en tanto nos consideramos existentes, y en tanto nos pensamos. Puede que Dios exista más allá de si yo creo que exista o no, en cuyo caso es tanto Natural como Artificial. Pero jamás lo sabré, porque lo Natural escapa a mi comprensión. Por lo tanto, no importa. No me importa si Dios existe o no; yo voy a actuar en base a los Artificios a los que llamo “valores”. Punto.



[1] Ende, M (2003). Momo. Ediciones Alfaguara, Buenos Aires. Link: http://es.wikipedia.org/wiki/Momo_(novela)